Salud pública

En este sentido, busca mejorar las
condiciones de salud de las comunidades mediante la promoción de estilos de
vida saludables, las campañas de concienciación, la educación
y la investigación.
Para esto, cuenta con la participación de especialistas en medicina, biología,
enfermería, sociología,
estadística,
veterinaria y otras ciencias y áreas.
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Los
organismos de la salud pública deben evaluar las necesidades de salud de la
población, investigar el surgimiento de riesgos para la salud y analizar los
determinantes de dichos riesgos. De acuerdo a lo detectado, deben establecer
las prioridades y desarrollar los programas y planes que permitan responder a
las necesidades.
La
salud pública también debe gestionar los recursos para asegurar que sus
servicios llegarán a la mayor cantidad de gente posible. La salud pública no
puede ofrecer servicios de avanzada para ciertas personas y descuidar las
condiciones de salud del resto, ya que parte de un principio comunitario y no
personal. Al depender del Estado, la salud pública no debería hacer
distinciones entre los habitantes de una misma región.
La
percepción general acerca de la efectividad de los sistemas
de salud pública varía considerablemente de acuerdo al país. Dos ejemplos de
situaciones opuestas se dan en Argentina y Gran Bretaña. Los ciudadanos
argentinos ubican la salud pública entre las características más lamentables de
su nación. Incluso en épocas de crisis, muchas personas prefieren pagar
altísimas sumas de dinero a una obra social antes que poner un pie en un
hospital público.

Si
bien generalizar nunca es el mejor camino, la salud
pública en Argentina tiene demasiados puntos negativos, siendo el más notable
la falta de higiene de muchos hospitales, la cual se aprecia apenas cruzada la
puerta de entrada. Resulta comprensible que una persona enferma no tenga
intenciones de ser atendida en un centro donde respirar puede provocarle
náuseas.
Del
otro lado del mapa, se encuentra el Servicio Nacional de Salud británico (National
Health Service o NHS). En primer lugar, todos los habitantes de Gran Bretaña,
tengan o no sus papeles en regla, tienen derecho a dicho sistema sanitario, y
el proceso de alta es relativamente sencillo. Contrario al caos propio de la
falta de organización, a cada ciudadano se le asigna un médico
de cabecera (General Practitioner o GP), que será el primer profesional a
contactar. Éste se encarga de evaluar a sus pacientes y, en caso de así
necesitarlo, de derivarlos a un especialista. Cabe aclarar que muchas de las
cuestiones más comunes, como la prescripción de medicamentos y el diagnóstico
de trastornos menores, no requieren de una derivación.
Los
hospitales británicos cuentan con instalaciones, equipos y un nivel de
mantenimiento que en Argentina sólo se ven en una clínica privada. Además, dado
que a cada persona le corresponde un centro en particular, las largas esperas
para ser atendido son muy raras, sin contar que generalmente el número de
asientos disponible es suficiente para el volumen de visitas diarias.
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